Por Aurelio Sánchez
No llego a discernir si es más complicado hacer un somero análisis sobre un disco publicado hace cuatro décadas o hacerlo con la visión objetiva/subjetiva que de algo no se hizo con él y, que básicamente por esta causa haya quedado relegado al olvido.
Las burgalesas Magenta tenían buenos mimbres: una imagen inquietante y ambigua a partes iguales pero, sobre todo, tenían unas magníficas canciones de las que se podría decir que eran todo un dechado de poesía críptica y vanguardista que las diferenciaba totalmente de los grupos de su generación. Para su mal, cayeron en manos de Nacho Cano, que por aquel entonces estaba en plena fase de experimentación con todo tipo de cacharros electrónicos que le permitía su saneada economía y le metió al disco una sobreproducción y unos arreglos insufribles que opacaron totalmente las melodías y, al parecer tan intensas broncas, hirieron de muerte al grupo, incapaz de defender en directo aquel dislate pretencioso y abigarrado al que cuesta colocarle la etiqueta de synth pop.
Con todo y con eso, si somos capaces de prescindir de ese negativo efecto, canciones como la que da título al álbum (“La Reina Del Salón”), “Los Salvajes”, “Detrás De Mí” o “El Pasillo Estrecho” son absolutamente disfrutables con el paso del tiempo, sobre todo en las versiones extendidas recogidas en las diferentes ediciones de maxi-singles en las que la todopoderosa CBS invirtió creyendo que tenía en sus manos un diamante en bruto que, insisto, el menor de los Cano no supo pulir y nos dejó a todos con el regusto amargo de que Magenta fue algo que debió ser y no fue.